¿Sobreprotegemos a nuestros hijos?
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¿Sobreprotegemos a nuestros hijos?

¿Sobreprotegemos a nuestros hijos? Muchos psicólogos infantiles en Cartagena lo percibimos así en nuestras consultas.

La única escuela práctica para ser padres es a la que asistimos a lo largo de nuestra experiencia como hijos. Son nuestros padres quienes nos han enseñado lo que nos gustaría transmitir a nuestros hijos. Y lo que no, también. Y así intentamos copiar lo que consideramos sus aciertos y renegamos de lo que entendemos que fueron sus errores. Por eso hemos pasado de un estilo de paternidad más laxa o despreocupada a la sobreprotección en apenas una generación.

La reducción del número de hermanos y el incremento de hijos únicos consecuencia del modelo demográfico actual tiene mucho que ver. El hijo o los hijos se han convertido en muchos casos en el centro de gravedad en torno al que giran no sólo los padres, sino muchas veces los abuelos. Por otra parte, la accesibilidad a ingentes cantidades de información y orientaciones múltiples acerca de la psicología de los niños y los métodos de crianza, también pueden explicar este proceso. Desde nuestra consulta de psicólogos en Cartagena nos gusta fomentar en los padres el uso del sentido común cuando nos plantean dudas acerca del mejor modo de educar a sus hijos.

 

Ahora bien, la pregunta es qué efectos puede tener para los niños desde el punto de vista psicológico, un exceso de protección en su infancia y adolescencia. La respuesta es que nada bueno. Con la excusa de fomentar la autoestima o dar alas a potenciales talentos pendientes de desarrollar se consienten o incluso se fomentan conductas perjudiciales para un futuro desarrollo integral de la persona. La ausencia de límites y de respuesta a esas conductas ocasiona no sólo intolerancia a la frustración sino el germen de futuros problemas psicológicos. Por eso, la permeabilidad de las personalidades de infantes y adolescentes ha de ser tenida en cuenta para evitar el exceso de protección que genere inseguridad en la edad adulta tanto como los posibles traumas que cabría esperar de unos padres excesivamente autoritarios.

No se trata de alabar el desapego paterno ni de olvidar los efectos beneficiosos del contacto físico y emocionalmente estrecho con los  hijos. Pero los padres no pueden abdicar de sus responsabilidades como orientadores y modelos de conducta y autoridad, que son parte del rol que les toca desempeñar. Y es que las personalidades en formación necesitan de referentes y patrones conductuales eficaces y no difusos. Pues éstos últimos son los que pueden acabar generando inseguridades en lugar de la perseguida autoestima. Por eso el equilibrio ha de presidir las relaciones paterno filiales si queremos criar y educar a personas equilibradas. Equilibrio y sentido común forman una receta que es necesario cocinar cada día en sus innumerables variantes, y aunque no siempre salga a pedir de boca, no debemos olvidar nunca esos ingredientes. Nuestros hijos lo agradecerán.

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