¿Qué es la autoempatía y por qué es tan necesaria?
Desde el área de tratamiento psicológico a adultos de nuestra clínica de psicólogos en Cartagena queremos dar respuesta a la pregunta ¿Qué es la autoempatía y por qué es tan necesaria?
La empatía es uno de los conceptos más populares de la Psicología, pero la autoempatía es una capacidad prácticamente desconocida y a menudo subestimada, a pesar de su importancia para nuestro bienestar psicológico. Sabemos que ser empáticos nos abre muchas puertas ya que nos permite establecer relaciones interpersonales basadas en la confianza y la comprensión.
Sin embargo, la empatía es una cualidad volcada esencialmente hacia fuera. Es un ponerse en el lugar del otro para comprender sus puntos de vista y experimentar sus emociones. La autoempatía, al contrario, se enfoca hacia dentro. Nos permite darnos ese abrazo reconfortante tan necesario cuando las cosas van mal.
¿Qué es la autoempatía exactamente?
La autoempatía es una capacidad psicológica que nos permite notar y reconocer lo que sucede en nuestro interior. Nos proporciona un puesto en primera fila para captar y comprender nuestros pensamientos, emociones e impulsos.
Por tanto, la autoempatía implica una exploración profunda y personal de lo que sucede en nuestro mundo interior. Es el “yo” que se observa a sí mismo de manera empática. Eso significa que nos abrimos a nuestras experiencias interiores sin juzgarlas, como haríamos con un amigo.
La autoempatía es clave para sentirnos bien en nuestra piel
Una razón por la cual nos resistimos a practicar la autoempatía es porque la confundimos con la autocompasión y la percibimos más como un eufemismo de la autocomplacencia. Eso nos genera cierto rechazo y hace que nos tratemos con excesiva dureza.
Sin embargo, mientras que la autocompasión implica tratarnos con la misma amabilidad, preocupación y apoyo que le brindaríamos a un buen amigo, la empatía hacia uno mismo va un paso más allá porque suprime los juicios. A diferencia de la autocomplacencia, que puede convertirse en una fuerza destructiva, la autoempatía suele generar un mayor nivel de autoconocimiento, sensibilidad ante el sufrimiento propio y un mayor compromiso personal para encontrar soluciones útiles a los problemas que nos preocupan.
De hecho, numerosos estudios indican que las personas autoempáticas son menos propensas a la pereza que aquellas que son demasiado críticas consigo mismas, además de mostrarse más resilientes, motivadas, satisfechas con la vida y empáticas hacia los demás. Al contrario, las personas muy críticas suelen ser más hostiles, se sienten menos satisfechas con su vida y tienen más tendencia a la ansiedad y la depresión.
La autoempatía, por tanto, implica reconocer que, al igual que el resto de las personas, merecemos comprensión y compasión. Ello no evitará que nos exijamos el máximo de nosotros, pero evitará que nos recriminemos y castiguemos injustamente cuando no podamos lograrlo. De cierta forma, la autoempatía equilibra las varas de medir que usamos con nosotros mismos y con los demás.
Cuando somos autoempáticos, comprendemos que sean cuales sean los errores que hayamos cometido, nos merecemos una segunda oportunidad. Enfocamos la comprensión que normalmente damos a los demás hacia nosotros mismos para no quedarnos atascados en el lodazal de nuestros juicios y recriminaciones.
Eso no significa que nos creamos superiores, que pensemos merecer más que los demás o que excusemos nuestros errores sino tan solo que nos tratamos con mayor amabilidad mientras intentamos mejorar y crecer.
La autoempatía no nos libera de nuestras responsabilidades ni de la necesidad de disculparnos cuando nos equivocamos, tan solo significa que, al igual que los demás, merecemos tratarnos con amor, compasión, comprensión y empatía. Esta capacidad nos ayuda a sentirnos bien en nuestra piel y hacer las paces con nosotros mismos mientras nos esforzamos por convertirnos en la persona que queremos ser.
¿Cómo desarrollar la autoempatía?
Para desarrollar la autoempatía, primero debemos ser plenamente conscientes de su importancia. Sabemos que la empatía es un ingrediente esencial para mantener buenas relaciones interpersonales, pero no es algo que normalmente reflejemos hacia dentro. Necesitamos cambiar urgentemente esa creencia.
Podemos pensar en la amabilidad y la comprensión que nos dedicamos como el equivalente a una máscara de oxígeno en un avión. Antes de ofrecer empatía y compasión a los demás, debemos ponernos la máscara e inhalar oxígeno nosotros mismos.
Para ayudar a los otros, primero debemos ayudarnos, como reveló un estudio realizado en la Universidad de Harvard en el que se apreció que cuando nos sobrecargamos emocionalmente, nos criticamos en exceso y nos agotamos psicológicamente, nuestra capacidad empática hacia los demás también disminuye.
1. Hablarnos como le hablaríamos a un amigo
La primera norma para desarrollar la empatía hacia uno mismo es: no decirnos lo que no le diríamos a nuestro mejor amigo. Cambiar la manera en que nos hablamos nos permitirá tratarnos con mayor amabilidad. No podemos sentir compasión por nosotros mismos si nos recriminamos constantemente y nos pasamos gran parte del día lanzando dardos envenenados a nuestra autoestima que terminan convirtiéndose en profecías autocumplidas.
2. Aceptar las emociones
La autoempatía implica zambullirnos en nuestros sentimientos y emociones. Pero a veces, cuando nos ponemos en contacto con nuestro mundo interior, encontramos cosas que no nos gustan. Podemos notar, por ejemplo, que dentro de nosotros bulle más ira o desprecio del que es “socialmente aceptable”. Entonces surge el impulso de alejarnos de nosotros mismos para evitar esos sentimientos. Sin embargo, debemos hacer justo lo contrario: aceptar las sombras que habitan en nosotros.
Experimentar empatía hacia uno mismo implica aceptarnos tal como somos en ese preciso instante. Para ello, necesitamos aprender a bucear en nuestro interior con una mirada acrítica siendo conscientes de que, además del diálogo interno negativo, los juicios que realizamos sobre nosotros mismos también nos lastiman y a menudo nos condenan a un círculo vicioso de recriminaciones y culpas que termina lacerando nuestro potencial y nos hace sentir mal.
La meditación mindfulness es un excelente ejercicio para aprender a identificar nuestros pensamientos y sentimientos sin reaccionar ante ellos ni juzgarlos. De hecho, la práctica sistemática de la atención plena nos ayuda a regular mejor nuestras emociones y nos permite aceptar nuestro “yo”.
Para llegar a ese nivel necesitamos cambiar nuestra mentalidad y entender que las emociones no son buenas ni malas. Combatirlas a menudo solo sirve para darles protagonismo en nuestra mente y reforzarlas. En su lugar debemos aprender a sentarnos con ellas, tomar nota de su presencia y dejarlas ir, sin aferrarnos a ellas. Cuando aprendemos a no juzgar nuestros sentimientos logramos ser más empáticos con nosotros mismos.
3. Perdonarnos y tratarnos con bondad
Ser amables con nosotros mismos es un aspecto esencial de la autoempatía. La bondad hacia uno mismo implica ser comprensivos y perdonarnos cuando nos equivocamos, evitando convertirnos en jueces demasiado severos e intransigentes con nosotros mismos. Así impedimos que los errores del pasado se acumulen en el fardo de las culpas y las dudas hasta el punto de aplastar nuestra autoestima y autoconfianza.
Por desgracia, perdonar nuestros errores puede llegar a ser mucho más difícil que perdonar a alguien que nos ha herido. Sin embargo, no podemos desarrollar la autoempatía sin aprender a pasar página. Perdonarse a sí mismo no significa justificarse o fingir que lo que hicimos no estuvo mal; tan solo significa mostrar compasión por nosotros mismos y reconocer nuestra humanidad.
Para perdonarnos suele ser eficaz recordarnos que, en la vida, hemos hecho lo mejor que hemos podido con las herramientas y el conocimiento que teníamos. Juzgarnos a la luz del futuro no es justo para con nosotros mismos.
Debemos tener en cuenta que nuestras experiencias, el entorno en el que tomamos la decisión o incluso nuestro equilibrio mental en ese momento influyeron en el camino que tomamos. Si nuestros padres no nos enseñaron a gestionar la ira, es poco probable que sepamos expresarla de manera saludable. Si trabajamos en un entorno muy competitivo y despiadado, es probable que hayamos cortado algunas gargantas, en el sentido metafórico.
No son excusas para comportarnos mal y mucho menos para no intentar cambiar, pero tener en cuenta nuestro pasado y el contexto nos ayudará a tratarnos de manera más amable y hacer las paces con nosotros mismos. Eso nos permitirá aprender de nuestros errores para no volver a cometerlos. Pero, sobre todo, nos permitirá convertirnos en nuestros mejores amigos cuando más nos hace falta.