Psicólogos Cartagena – ¿Podemos amar y odiar al mismo tiempo?
Desde nuestra clínica de psicólogos en Cartagena hoy queremos dar respuesta a una pregunta muy común ¿Podemos amar y odiar al mismo tiempo?
Nuestra sociedad ensalza la coherencia. La consistencia, la estabilidad y la firmeza son valores alabados mientas que la inconsistencia, la inestabilidad y la indecisión se convierten en antivalores a evitar. Sin embargo, la naturaleza humana no siempre sigue los cánones sociales. La ambivalencia vive en cada uno de nosotros. Podemos querer y no querer al mismo tiempo. Amar y odiar. Desear y rechazar.
Cuando surgen esas emociones contrapuestas que nos empujan en direcciones diferentes solemos experimentar un conflicto. No solo nos resulta difícil dilucidar qué es lo que realmente queremos para actuar en consecuencia, sino que también nos sentimos mal por nuestra ambivalencia. Nos culpamos por mirar en direcciones opuestas porque se supone que no deberíamos hacerlo.
¿Qué es la ambivalencia afectiva?
La ambivalencia se refiere a un conflicto psicológico entre evaluaciones, impulsos y tendencias opuestas, que suele experimentarse como un debate entre alternativas que generan tanta atracción como rechazo a partes iguales. La ambivalencia afectiva, en particular, implica experimentar de manera simultánea emociones y sentimientos positivos y negativos hacia algo o alguien.
Ese estado psicológico, que implica estar dividido entre impulsos opuestos, es una parte ineludible de nuestra existencia. De hecho, podemos experimentar ambivalencia afectiva en muchísimas áreas, desde la comida hasta el aborto, la eutanasia, el consumo de alcohol y, por supuesto, hacia otras personas o grupos.
La trampa del amor/odio
Ese querer y no querer genera un tira y afloja psicológico que puede terminar pasándonos factura si se extiende demasiado a lo largo del tiempo. La ambivalencia afectiva nos mantiene paralizados en un equilibrio precario. Hacemos malabares con esas emociones contrapuestas, de manera que no avanzamos en ninguna dirección, no tomamos ninguna decisión. Obviamente, ese estado puede llegar a ser muy desgastante emocionalmente a largo plazo.
De hecho, la ambivalencia afectiva suele acompañarse de niveles elevados de ansiedad. Querer y no querer, amar y odiar al mismo tiempo, genera una disonancia emocional que nos hace sentir mal. Esa disonancia, sin embargo, no proviene de la ambivalencia sino de nuestra incapacidad para lidiar con esas emociones contrapuestas.
Cuando creemos que siempre debemos tener las cosas claras y detestamos la indecisión, la ambivalencia nos molesta sobremanera porque entra en contradicción con la imagen que tenemos de nosotros mismos. Nos dice que no somos tan coherentes y decididos como creemos. Ese malestar psicológico genera una tensión interior que nos empuja a tomar una decisión, pero como nos resulta imposible, terminamos sintiéndonos peor, atrapados en ese querer y no querer.
Todo eso se refleja en nuestro comportamiento. Un estudio desarrollado en la Universidad de Ámsterdam reveló que a las personas que experimentaban ambivalencia hacia la actividad física o una dieta sana les costaba más llevar un estilo de vida saludable mientras que quienes estaban convencidos de sus beneficios, no tenían tantas dificultades para cambiar sus hábitos. Y es que la ambivalencia nos condena a un estado de parálisis donde el cambio no tiene cabida.
Comprender las causas de la ambivalencia afectiva es la clave para superarla
La ambivalencia afectiva no se supera combatiéndola sino comprendiéndola. Nuestra sociedad occidental, a diferencia de las culturas orientales, ha alimentado un pensamiento dicotómico que nos hace creer que el amor y el odio son sentimientos diametralmente opuestos. En este caso, nos parece imposible hablar de odiar a quien se ama sin caer en una lógica contradicción.
Sin embargo, en realidad el amor y el odio no son más que extremos de una misma línea. De hecho, un estudio realizado en la Universidad Normal del Sur de China comprobó que cuanto más amamos a una persona, más grande podría ser el odio que experimentemos si la relación se termina.
Estos investigadores concluyeron que “cuanto más profundo es el amor, más profundo es el odio”. A fin de cuentas, solo odiamos aquello que realmente nos importa. Por eso, el amor puede convertirse en un terreno fértil donde crezca el odio. Cuando el amor se agria, puede generar odio. En estas circunstancias, el odio sirve como una manera para mantenernos vinculados de cierta forma a esa persona cuando otros caminos están bloqueados. En práctica, contribuye a preservar la poderosa conexión emocional que generaba la relación de amor.
Si convertimos la línea del amor/odio en un círculo, nos daremos cuenta que esos extremos pueden tocarse, de manera que no es descabellado sentir amor y odio al mismo tiempo, sobre todo cuando nos enfocamos en aspectos diferentes de la persona o la situación.
Por ejemplo, la ambivalencia afectiva en la pareja se puede manifestar cuando pensamos en ciertas características que nos atraen de esa persona, como puede ser su cariño y nivel de compromiso, y recordamos a su vez otras características que detestamos, como ser desorganizado u olvidadizo.
También podemos colocar todas nuestras emociones en un continuum en el que solo tengamos en cuenta cuán adaptativas son en el momento en que las experimentamos. Desde esa perspectiva, experimentar amor y odio o atracción y rechazo solo nos está indicando que estamos en un punto complejo de nuestra vida en el que tenemos que hacer un alto para reflexionar sobre lo que nos sucede. La ambivalencia, al igual que cualquier otra emoción, es solo una señal de que necesitamos aceptar y explorar.
La ambivalencia afectiva no es un problema si no la convertimos en un problema. Tan solo está ahí para recordarnos que somos humanos, que tenemos dudas y sentimientos encontrados. Y eso no es necesariamente negativo. Al contrario, puede ser el motor que nos empuje a conocernos mejor y aceptarnos como somos.
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