¿Cómo afecta la perdida de un ser querido a nuestro cerebro?
Desde nuestra clínica de psicología en Cartagena queremos dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo afecta la perdida de un ser querido a nuestro cerebro?
La pérdida de una persona querida es, probablemente, una de las experiencias más dolorosas que atravesamos en la vida. Sin embargo, ese tsunami emocional no solo hace tambalear nuestro mundo interior, sino que también representa un duro golpe para nuestro cerebro, hasta el punto que algunos neurocientíficos han llegado a equiparar la pérdida de un ser querido con los efectos de una lesión cerebral ya que el caos que siembra es bastante similar.
El cerebro afligido, las secuelas del duelo en el día a día
¿Sabías que los ratones de campo son monógamos y forman vínculos de pareja de por vida? Neurocientíficos de la Universidad de Columbia analizaron su comportamiento y descubrieron que tienen una red especial de neuronas que ha ido evolucionando para facilitar ese vínculo especial y dar seguimiento a su pareja.
También han descubierto lo que denominaron “neuronas de enfoque en la pareja”, las cuales se concentran especialmente en la amígdala, la zona que actúa como un “centro de mando emocional” en el cerebro. El número de esas neuronas aumenta y sus conexiones se fortalecen a medida que la relación se consolida. Es probable que nuestro cerebro funcione de manera similar creando conexiones únicas para las personas que amamos y de las que dependemos.
Por esa razón, cuando la persona que amamos desaparece físicamente de manera repentina, nuestro cerebro no se desconecta con la misma facilidad. Necesita tiempo para comprender que esa persona ya no está. Para asumirlo y reestructurar las conexiones que ha ido creando a lo largo del tiempo.
Eso explica por qué, durante los primeros momentos del duelo no solo sentimos dolor, sino que también nos sumergimos en una sensación de irrealidad y confusión, como si nos estuviéramos despertando en un mundo extraño en el que han cambiado todas las reglas.
Nuestro cerebro se esfuerza por encontrar un poco de orden en medio de ese caos. Intenta encontrar un sentido. Intenta localizar a la persona que hemos perdido. Por eso nos vemos empujados a repasar un escenario tras otro. Una experiencia compartida tras otra. Una posibilidad tras otra… Es nuestro cerebro negándose a aceptar lo ocurrido mientras lucha por dar un nuevo significado a un futuro que nos resulta inconcebible.
Todo eso ocurre mientras intentamos seguir adelante con nuestra vida o al menos mantener un funcionamiento básico. Nos tenemos que levantar, ir al trabajo, cuidar a los niños, cumplir con los compromisos sociales, recordar pagar las facturas… Es como si intentáramos leer y entender a Nietzsche mientras corremos una maratón.
Obviamente, gracias a la neuroplasticidad, nuestro cerebro puede crear nuevas conexiones como respuesta a un trauma psicológico, pero eso requiere tiempo y energía. Durante algún tiempo, nuestro cerebro se pone patas arriba y no le queda más remedio que priorizar las funciones más primitivas.
La corteza prefrontal, la zona involucrada en la toma de decisiones racionales y el autocontrol, pasa a un segundo plano, y el sistema límbico, donde operan nuestros instintos de supervivencia y reacciones emocionales, toma el mando llevando a cabo un verdadero secuestro emocional.
Todos esos cambios explican por qué a menudo sufrimos niebla mental como una secuela del duelo. También explican por qué podemos sentir que estamos perdiendo la cabeza o nos despistamos continuamente. De hecho, podemos perder la noción del tiempo, salir a hacer algo y olvidar qué era o incluso ir a un sitio sin saber dónde estamos o cómo hemos llegado hasta ahí.
El papel del dolor para reconfigurar nuestro cerebro
La pérdida traumática se percibe como una amenaza para nuestra supervivencia, por lo que recurrimos por defecto a los mecanismos de lucha, huida o congelación. Cada día, los recordatorios de la pérdida desencadenan esa respuesta de estrés que, en última instancia, remodela los circuitos del cerebro, ayudándonos a superar esa pérdida y reconstruir nuestra vida.
De hecho, el estrés moderado fomenta el crecimiento de los nervios y mejora la memoria mientras minimiza el miedo, pero el estrés crónico provoca una reducción en el crecimiento de los nervios, afecta la memoria y potencia el miedo. Eso significa que el dolor que provoca el duelo le da al cerebro la oportunidad de aprender a gestionar las emociones y reconfigurarse para funcionar en un mundo donde ya no está la persona que amamos.
Por esa razón, no es buena idea intentar huir o reprimir el dolor. A largo plazo, si evitamos el dolor por el duelo, nuestro cerebro no podrá procesar lo ocurrido. Evitar las personas, lugares o actividades que nos recuerden a esa persona nos saca de nuestra rutina, ayudándonos a esquivar el sufrimiento, pero no nos permite recuperarnos y reconfigurar nuestra situación en el mundo.
Encontrar una forma de seguir adelante
Aunque el dolor y el estrés pueden ser positivos, cuando traspasan cierto umbral se vuelven contraproducentes. Nuestro cerebro suele tener problemas para procesar las razones de la muerte de un ser querido, por lo que muchas veces estará tentado a inventa rexplicaciones. Eso puede llevarnos a una espiral de “qué hubiera pasado si…” o “si tan solo hubiera…”, lo cual nos deja atrapados en un bucle de sufrimiento.
Quedarnos atascados puede tener un efecto negativo a nivel cerebral y, cuanto más tiempo se prolongue esa situación, más fuertes son las nuevas conexiones disfuncionales que se establecen. Cuando un circuito se dispara repetidamente, se refuerza hasta convertirse en la configuración predeterminada.
A largo plazo, el duelo no elaborado puede afectar el funcionamiento cognitivo, desde la atención y la memoria hasta la toma de decisiones, la función visuoespacial, la fluidez verbal e incluso la velocidad con que procesamos la información.
Eso significa que hay un tiempo para todo. Hay un momento para dejar que el dolor fluya y un momento para seguir adelante, aunque al inicio nos parezca imposible.
Con el duelo, el desafío es integrar la parte racional del cerebro con la parte emocional, de manera que no nos ahoguemos en los sentimientos sin el pensamiento como mediador o no reprimamos los sentimientos a favor del pensamiento racional. La meditación mindfulness es una excelente herramienta para ir reconectando con nuestro aquí, ahora ya que es en ese momento donde podemos encontrar algo de consuelo. Cuando nuestra mente divague hacia pasajes oscuros, debemos llevarla de regreso amablemente al momento presente.
Obviamente, superar el duelo no es fácil. Muchos aprendizajes llegan a trompicones y a veces pueden ser frustrantes o dolorosos. Cuando una persona amada nos abandona, el mapa con el que trabajaba nuestro cerebro se altera profundamente. Por un tiempo, las neuronas se disparan en todas direcciones intentando encontrar sentido a las cosas y nos sentimos perdidos.
Con el paso del tiempo, podemos ir estableciendo nuevas conexiones, sobre todo a medida que aprendemos a movernos en ese nuevo terreno. Aprendemos a ubicarnos de otra manera en el mundo y desarrollamos nuevos significados. Pero tenemos que darnos la oportunidad para que nuestro cerebro pueda cambiar esa configuración. Y eso no significa olvidar, sino tan solo seguir adelante, como probablemente habría querido la persona que nos dejó.