El miedo deja de ser una respuesta normal ante un peligro cuando la persona siente que:
- Hay falta de control racional del pensamiento, reaccionando desde la inmovilidad absoluta hasta el ataque de pánico.
- Hay una evitación continuada del estímulo aversivo.
El miedo interfiere considerablemente en el funcionamiento normal y diario de la persona. Estas respuestas son excesivas y producen un estado de ansiedad considerable, continuado y persistente, son poco razonables e intensamente desproporcionadas, se prolongan en el tiempo y generan un malestar clínicamente significativo con enorme sufrimiento.
Y dicha la ansiedad se sigue manteniendo a pesar de la cantidad de explicaciones racionales que puedan recibir al respecto, pues el terror incapacita para escuchar razones o tomar decisiones ante situaciones reales o imaginarias o ante objetos y animales que para la mayoría de las personas no representan ningún peligro excepto para quienes su cerebro los interpreta como terriblemente peligrosos y amenazantes.
En esta situación el miedo se convierte en fobia, donde ya no hay miedo sino pánico, y la ansiedad deja de ser adaptativa para pasar a ser incapacitante y patológica lo que la convierte en altamente dañina y perjudicial para quien la sufre, además de alterar sensiblemente su capacidad para afrontar situaciones cotidianas y poder llevar una vida normal y satisfactoria.
Establecer la frontera entre miedo y fobia no siempre será fácil pues dependerá de factores como la edad, naturaleza del objeto o situación temida, frecuencia, intensidad, grado de incapacitación, etc.
Entre los miedos y fobias más habituales
Fobia Social: un miedo intenso a situaciones sociales. Como cualquier fobia, se centra en un miedo intenso y persistente a ser juzgado, avergonzado, humillado o hacer el ridículo, que se pone de manifiesto en varios tipos de situaciones, entre las que destacan:
- Hablar en público.
- Reuniones sociales en las que tendrá que relacionarse (fiestas, actos de empresa, cumpleaños, etc.).
- Encuentros inesperados con conocidos, familiares, amigos, etc.
El sentimiento de miedo es tan intenso, que en este tipo de situaciones la persona se pone nerviosa tan sólo con pensar en ello (ansiedad anticipatoria), la persona que lo padece se siente inseguro, acechado, incómodo, con sensaciones intensas y desagradables acerca de lo que pueden estar hablando, pensando que lo están juzgando (cierta paranoia), y síntomas evidentes de ansiedad desproporcionada.
Agorafobia: Se trata del miedo a los espacios abiertos. El agorafóbico teme todo aquel lugar donde no se sienta “seguro” o no pueda “recibir ayuda”. En casos más extremos, suelen refugiarse en su hogar y rara vez salir. La ansiedad que experimentan con sólo pensar que puedan quedar atrapados en algún lugar o situación donde no puedan escapar (o encontrar ayuda) es tan grande que les lleva a tomar todo tipo de medidas y precauciones que les imposibilita estar en aglomeraciones, hacer colas, viajar en medios de transporte, acudir a teatros, supermercados, restaurantes… reduciendo en gran medida sus áreas vitales. En los casos más graves, puede llegar a la incapacidad de salir de sus propias casas.
Para ellos cualquier lugar puede representar un problema, llegando a extremos que ni solos ni acompañados pueden arriesgarse a salir dada la inmensa generalización de lugares peligrosos que se va produciendo. Sus anticipaciones son extremas y los trastornos que originan muy severos de ahí que sea fundamental acudir a un profesional cualificado que les ayude a resolver la sintomatología. No es un trastorno difícil de trabajar dependiendo en la fase en la que se encuentre la persona al iniciar el tratamiento.
Claustrofobia: Al contrario que la agorafobia, este trastorno implica el temor a quedar confinado a espacios cerrados. Estas personas suelen evitar los ascensores, el metro, los túneles, las habitaciones pequeñas, hasta las puertas giratorias les pueden presentar dificultades, así como también el uso de equipos para técnicas de diagnóstico médico como el TAC.
La persona claustrofóbica no tiene miedo al espacio cerrado en sí mismo sino a las posibles consecuencias negativas de estar en ese lugar, como quedarse encerrado para siempre o la asfixia por creer que no hay suficiente aire en ese lugar.
La mayoría de los espacios pequeños y cerrados suponen un riesgo de quedarse encerrado y una limitación de los movimientos, y esto es insoportable para los claustrofóbicos.
Cuando una persona que sufre claustrofobia anticipa que va a entrar, o entra, en un espacio cerrado, experimenta una reacción de ansiedad intensa como falta de aire, palpitaciones o mareo. Debido a estos síntomas, normalmente se evitan los espacios cerrados. Por ejemplo, subir por las escaleras 12 pisos antes que usar el ascensor, negarse a que le practiquen un TAC incluso cuando es necesario, no utilizar el tren o el metro, serían algunos casos.
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