Uno de los aspectos que más preocupan a los padres en sus hijos son los miedos y la timidez que puedan tener ante las circunstancias y personas que se van presentando en su vida.
Los miedos en general y cualquiera de sus modalidades en la etapa infantil suponen un fenómeno universal y omnipresente en todas las culturas y tiempos. La única explicación a esta regularidad es que el miedo debe tener un importante componente de valor adaptativo para la especie. En pequeña escala, estas sensaciones que se viven como desagradables por parte del niño o adolescente pueden cumplir una función de supervivencia en el sentido de apartarle de situaciones de peligro potencial (no acercarse a ciertos animales, no entrar en sitios oscuros, etc.). Sin embargo, cuando este miedo es desadaptativo (no obedece a ninguna causa real de peligro potencial o se sobrevaloran las posibles consecuencias) el resultado es un enorme sufrimiento por parte del niño que lo padece y sus padres. El miedo, puede entonces condicionar su funcionamiento y alterar sensiblemente su capacidad para afrontar situaciones cotidianas (ir a dormir, ir a la escuela, estar sólo, etc.).
Los miedos aparecen con más frecuencia cuando el niño tiene alrededor de 4 años. En esta etapa el niño multiplica y potencia sus posibilidades motoras, cognitivas, lingüísticas, sociales y juega con todas ellas. El control progresivo del equilibrio y el dominio de los movimientos de su cuerpo, hacen que el niño disfrute corriendo, saltando, trepando, arrastrándose, girando, bailando, etc. Se divierte enormemente con canciones, rimas, poesías, trabalenguas, adivinanzas, etc.
Le gustan los juegos que le permiten reconocer, y aparear colores, formas, tamaños. Las letras y los números comienzan a interesarlo pues el niño los descubre en su mundo familiar y social empezando a construir muchas hipótesis en relación a estos dos objetos de conocimiento.
El miedo funciona como una alarma que nos evita correr riesgos innecesarios. Los niños que no tienen miedo de nada cruzan la calle sin mirar, se cuelgan de cualquier sitio sin evaluar el peligro que comporta, se separan de los padres sin temor a perderse, se atreven con todo sin saber si están preparados, llegando a poner en peligro su propia vida o la de los demás. Un niño sin miedo es un peligro. Pero hay pocos niños que no tienen miedo y muchos más que sufren exceso de miedo.
El niño no conoce ni comprende del todo la realidad que lo rodea y confunde lo real con lo imaginario.
Cree en la existencia de hadas, de “cocos”, de personajes imaginarios e, incluso, inventa personajes que se esconden para hacerle daño.
Es muy importante que los padres no asusten a sus hijos con esas historias de ogros o cocos y que, tampoco, se burlen de sus miedos minimizándolos o negándolos. Es importante escucharlos y permitirles expresar todos sus miedos.
Los niños, como cualquier persona, evitan acercarse a aquellas situaciones que les dan miedo. Su imaginación es, durante esta edad, una máquina muy potente. Por eso es tan efectivo utilizar el miedo para evitar una conducta que no se desea. Nuestro hijo, bajo la amenaza del coco, el cuarto oscuro, el hombre del saco o la bruja pirula, se comportará como un santo. Pero no es saludable.
Evolución de los miedos infantiles en general
- Bebés de 0-6 meses: pérdida súbita de la base de sustentación (del soporte) y ruidos fuertes.
- Bebés de 7-12 meses: a las personas extrañas y a objetos que ve de manera inesperada.
- Niños de 1 año: separación de los padres, a los retretes, heridas, extraños.
- Niños de 2 años: ruidos fuertes (sirenas, aspiradores, alarmas, camiones…), animales, oscuridad, separación de los padres, objetos o máquinas grandes y cambios en el entorno personal.
- Niños de 3 años: máscaras, oscuridad, animales, separación de los padres.
- Niños de 4 años: separación de los padres, animales, oscuridad y ruidos.
- Niños de 5 años: animales, separación de los padres, oscuridad, gente “mala”, lesiones corporales.
- 6 años: seres sobrenaturales, lesiones corporales, truenos y relámpagos, oscuridad, dormir o estar solos, separación de los padres.
- 7-8 años: seres sobrenaturales, oscuridad, temores basados en sucesos emitidos en los medios de comunicación, estar solos, lesiones corporales.
- 9-12 años: exámenes, rendimiento académico, lesiones corporales, aspecto físico, truenos y relámpagos, muerte y, en pocos casos, a la oscuridad.
Relacionado con los miedos y las fobias suele hablarse también de ansiedad. La ansiedad está muy presente en todos los procesos de miedos y, en especial, en las fobias. El término se utiliza para poner de relieve las importantes alteraciones psicofisiológicas que se producen en nuestro organismo cuando experimentamos un miedo intenso. Este estado de activación puede producirse ante un estímulo concreto (fobia específica) u otro que la persona no puede describir con exactitud. Algunos autores lo han denominado el “temor a sentir miedo”.
La activación fisiológica se manifiesta, entre otros, por una activación de las glándulas sudoríparas (manos pegajosas, húmedas), aumento de la frecuencia e intensidad cardíaca, elevación del tono muscular, etc… El cuerpo se prepara para una respuesta de escape o huida activando los sistemas motores. Si el niño es obligado a permanecer ante el estímulo o situación temida la voz se torna temblorosa, se producen bloqueos, tics, muecas faciales. Cada niño manifestará su ansiedad de diferente forma según sus características.
La ansiedad se retroalimenta creando un círculo vicioso a nivel cognitivo con los pensamientos irracionales. En los niños estos síntomas pueden ser diversos, apareciendo bloqueos, falta de adaptación a situaciones cotidianas, negativas…
Evolución de los miedos infantiles en detalle
- Primera infancia
Los diferentes estadios de desarrollo conllevan asociados la preponderancia de un tipo u otro de miedos. Según algunos autores, los bebés no comienzan a manifestar el sentimiento de miedo antes de los seis meses de vida. Es a partir de esa edad cuando empiezan a experimentar miedos a las alturas, a los extraños y otros. Estos tres tipos de miedo se consideran programados genéticamente y de un alto valor adaptativo. De hecho su presencia denota un cierto grado de madurez en el bebé.
A esta edad también surge la ansiedad de separación de la figura de apego.
Entre el año y los dos años y medio se intensifica el miedo a la separación de los padres a la que se le suma el temor hacia los compañeros extraños. Ambas formas de miedo pueden perdurar, en algunos casos, hasta la adolescencia y la edad adulta, tomando la forma de timidez. Lo habitual es que vayan desapareciendo progresivamente a medida que el niño crece.
Es en esta etapa, cuando empiezan también a surgir los primeros miedos relacionados con pequeños animales y ruidos fuertes como pueden ser los de una tormenta.
- Etapa preescolar (de 2 a 6 años aproximadamente)
Se inicia una evolución de los miedos infantiles. Se mantienen los de la etapa anterior (extraños, ruidos, etc.) pero van incrementándose los posibles estímulos potencialmente capaces de generar miedo. Ello va en paralelo al desarrollo cognitivo del niño. Ahora pueden entrar en escena los estímulos imaginarios, los monstruos, la oscuridad, los fantasmas, o algún personaje del cine. La mayoría de los miedos a los animales empiezan a desarrollarse en esta etapa y pueden perdurar hasta la edad adulta.
- De 6 a 11 años aproximadamente
El niño alcanza la capacidad de diferenciar las representaciones internas de la realidad objetiva. Los miedos serán ahora más realistas y específicos, desapareciendo los temores a seres imaginarios o del mundo fantástico.
Toman el relevo como temores más significativos el daño físico (accidentes) o los médicos (heridas, sangre, inyecciones).
Puede también presentarse, dependiendo de las circunstancias, temor hacia el fracaso escolar, temores a la crítica y miedos diversos en la relación con sus iguales (miedo hacia algún compañero en especial que puede mostrarse amenazador o agresivo).
El miedo a la separación o divorcio de los padres estaría ahora presente en aquellos casos en el que el niño perciba un ambiente hostil o inestable entre los progenitores.
- Pre-adolescencia
Se reducen significativamente los miedos a animales y a estímulos concretos para ir dando paso a preocupaciones derivadas de la crítica, el fracaso, el rechazo por parte de sus iguales (compañeros de clase), o a amenazas por parte de otros niños de su edad y que ahora son valoradas con mayor preocupación.
Suelen también aparecer los miedos derivados del cambio de la propia imagen que al final de esta etapa empiezan a surgir.
- Adolescencia
Se siguen manteniendo los temores de la etapa anterior pero surgen con mayor fuerza los relacionados con las relaciones interpersonales, el rendimiento personal, los logros académicos, deportivos, de reconocimiento por parte de los otros, etc.
Decaen los temores relacionados con el peligro, la muerte. La adolescencia es una etapa de “ruptura” con la barrera protectora familiar y la necesidad de búsqueda de la propia identidad. Es posible que el joven sienta la necesidad de probarse ante situaciones de riego potenciales como medio de autoafirmarse ante sus iguales y demostrar que ha dejado atrás ciertas etapas infantiles. No es siempre fácil distinguir entre los miedos evolutivos, que desaparecen con la edad, y las fobias o miedos infantiles que amenazan el bienestar de los niños que los padecen.
Como padres u observadores, tenemos que tener en cuenta:
- El número de episodios que tiene el niño
- El momento de inicio
- La frecuencia
- La forma de aparición (brusca o leve)
- Qué fobia o miedo presenta
Sufrir por miedos es duro y los niños no se suelen sentir comprendidos por las personas que les rodean. Necesitan ayuda profesional, para poder ver determinadas situaciones de modo diferente y por lo tanto para comportarse de otro modo. Hay en ocasiones que esta ayuda se les puede brindar también a los padres para que sepan cómo actuar con su hijo en momentos en los que el niño siente este miedo descontrolado.
Cuando un niño sufre las consecuencias del miedo, le cuesta imaginarse su mundo sin estas preocupaciones, por lo que hay que dotarle de las herramientas necesarias para impulsar con éxito una conducta diferente.
Un psicólogo infantil puede ayudar al niño a vencer el miedo con la terapia adecuada.
Los niños sin miedos infundados focalizan toda su atención en cosas más interesantes, son capaces de aprender mejor, rinden más y son más libres y felices.
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