El abuso sexual constituye una experiencia traumática y es vivido por la víctima como un atentado contra su integridad física y psicológica, y no tanto contra su sexo, por lo que constituye una forma más de victimización en la infancia, con secuelas parcialmente similares a las generadas en casos de maltrato físico, abandono emocional, etc. Si la víctima no recibe un tratamiento psicológico adecuado, el malestar puede continuar incluso en la edad adulta.
El abuso sexual intrafamiliar es la forma más frecuente de victimización en la infancia. Los efectos son variables y están mediados por diversos factores, algunos de ellos relacionados con el abuso, tales como su frecuencia, gravedad y duración, y otros asociados a la fase evolutiva del menor y al medio familiar. Resulta difícil detectar casos de abuso sexual infantil a partir de indicadores físicos porque las consecuencias físicas del abuso son poco frecuentes y muy variables. Hay que tener en cuenta que los abusadores raramente utilizan la fuerza física sino que recurren a un vínculo preexistente o creado de confianza, autoridad o poder con el menor. En muchas ocasiones, además, los indicadores físicos de abuso son inespecíficos, puesto que pueden ser compatibles otro tipo de lesiones o alteraciones.
Los indicadores físicos más específicamente asociados a un abuso sexual son lesiones en zonas genital y/o anal, desgarro del himen o de la mucosa vaginal, dilatación anal, sangrado por vagina y/o ano, infecciones genitales de transmisión sexual y embarazo. Entre los indicadores físicos más inespecíficos se encuentran enuresis y encopresis secundaria, las infecciones urinarias repetidas, y las inflamaciones o lesiones por rascado en la zona genital no asociadas a las lesiones arriba señaladas. Otros indicadores de este tipo citados son dificultad para andar y sentarse, ropa interior rasgada, manchada o ensangrentada, hematomas o escoriaciones en la cara interna del muslo, etc.
Los indicadores psicológicos pueden ser advertidos por cualquier persona que esté en contacto frecuente con el menor.
Algunos indicadores afectivo-conductuales de carácter más inespecífico son el que el niño presente sintomatología referente a un cuadro de estrés postraumático infantil, retraimiento social, hiperactividad, problemas del sueño, conductas regresivas, fobias, fenómenos disociativos, alteraciones en el rendimiento escolar bruscas e inexplicables, fuga del hogar, hostilidad y agresividad exacerbadas, sentimientos de desesperanza y tristeza, trastornos psicosomáticos, trastornos de alimentación, violencia, consumo de drogas, delincuencia, entre otros.
Estos indicadores han de ser interpretados teniendo en cuenta la edad y nivel evolutivo del menor. Otros indicadores que se consideran compatibles con un probable abuso son las conductas sexualizadas y los conocimientos acerca del sexo inusuales para la edad.
Las consecuencias psicológicas del abuso sexual infantil tanto a corto como a largo plazo son mucho más comunes que las consecuencias de carácter físico, pero también muy diversas (dado que se ven influidas por múltiples variables relacionadas con la víctima, el agresor, la situación de abuso, etc.) y en muchos casos inespecíficas, porque aparecen frecuentemente asociadas a otro tipo de alteraciones o problemáticas en el menor.
La terapia cognitivo-conductual centrada en el trauma es eficaz. El tratamiento cumple diversas funciones: la reducción de los síntomas, la comprensión del significado de la experiencia vivida, la prevención de nuevos abusos y la ayuda a la familia para expresar sus sentimientos, buscar apoyo y hacer frente a los problemas planteados. Se propone un enfoque integrador en el que se tiene en cuenta tanto a los menores como a los familiares, en muchos casos enseñándoles a manejar de manera saludable los síntomas y secuelas derivadas de la experiencia vivida.
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